Los pueblos en Marruecos derivan en varias lecciones. Lección número uno: este país no es monocromático. Lección número dos: tanto sus costas atlántica y mediterránea como la cordillera del Atlas hacen que cualquier asentamiento sea diferente. Lección número tres: para ver medinas, fortalezas y mezquitas no hace falta sucumbir a las aglomeraciones de las ciudades.
Estas y otras conclusiones se sacan al visitar estas pequeñas localidades que cada vez tienen más peso en el potencial turístico marroquí. Para muestra, los diez mejores ejemplos.
MOULAY IDRISS
Esta ciudad santa está acostumbrada a recibir visitas. Desde su fundación, su principal reclamo fue el santuario de la dinastía Idris, primeros colonizadores musulmanes de Marruecos. Pero al margen de esta mezquita (cerrada para aquel que no sea musulmán), Moulay es toda una belleza gracias a las callejuelas que pueblan el monte Zerhoun y que hacen del paseo toda una experiencia ratonera en la que se descubren vistas, tiendecitas de colores y monumentos sorprendentes como el minarete redondo, un ejemplar único en el mundo musulmán. Y para el que se canse de su ajetreo siempre le quedará Volubilis, el yacimiento romano mejor conservado del norte de África. Casi nada.
TINGHIR
Es una de esas consecuencias que pasan cuando en Marruecos aparece un oasis: casas y más casas protegiendo el vergel, marcando una frontera urbana y natural. Pero aquí el contraste es más radical, si cabe, por su situación a los pies de las montañas desnudas del Atlas y por lo divertido que resulta tropezar con huertos y palmeras que desafían la aridez en el valle del Todra. A sus casitas del Monopoly ocre y a su inevitable exotismo, Tinerhir, Tineghir o Tinghir le pone un puntito atractivo más gracias a un Ksar (castillo) que, aunque esté en los huesos, sigue protegiendo la región: Ait Mhamed.
AIT BEN HADDOU
Este pueblo situado en el valle de Ounila puebla las ruinas del alcázar más espectacular del Alto Atlas. El hecho de estar habitado le ha permitido seguir en pie con el mismo porte que antaño, llamando la atención de cualquier aventurero que cruza la cordillera en dirección a la turística Ouarzazate. Cruzar sus miles de puertas significa perderse en un rincón histórico, Patrimonio de la Humanidad y, sin embargo, aún muy vivo. Su característica apariencia ha atraído a Hollywood, quien ha utilizado esta estampa para localizar películas como Lawrence de Arabia, Gladiator o Babel.
CHEFCHAOUEN
Señoras y señores, estamos ante uno de esos pueblos que se cuelan por las retinas como un chute psicodélico. Y sin embargo, es real. Todo por culpa de esa apariencia tan andaluza como pitufa gracias a las decenas de callejuelas que crecen anárquicamente y al color azul con el que se encalan sus casas. Unos dicen que es para ahuyentar a las moscas mientras que otros aseguran que era un distintivo con los que los judíos sefardíes pretendían desmarcarse del Islam (cuyo color es el verde). Sea como sea este laberinto azulado también tiene sus monumentos en torno a Uta-el-Hammam, donde preside la alcazaba y la gran mezquita.
ONMTESSAOUIRA
A la templanza, serenidad y belleza costera del Atlántico, Essaouira le suma una medina Patrimonio de la Humanidad. Una que mezcla los rasgos musulmanes con los restos de las colonizaciones europeas, dándole un toque distintivo y algo más coherente. Y todo ello terminando en el mar, donde sobresalen los bastiones y las murallas que protegían uno de los puertos más importantes de Marruecos.
ZAGORA
En uno de los infinitos confines de Marruecos asoma Zagora. Situada en el valle del Draa, esta ciudad crece a pasos agigantados debido a los numerosos visitantes que atrae. Y con razón, ya que las gargantas del Draa o las diferentes Kasbahs (fortalezas en el desierto) que la rodean la hacen ser la meca de un nuevo turismo rural en Marruecos. El centro de la localidad está gobernada por el zoco, las palmeras y conserva los restos de un palacio almorávide que aún sigue protegiendo el oasis.
MERZOUGA
Otro de esos confines del mundo. En este caso, el último suspiro antes del gran Sahara, el último bastión humano antes de las grandes montañas de arena. No en vano, se halla en los pies del Erg Chebbi, cuyas dunas alcanzan los 150 metros de altura, lo que convierte a Merzouga en una especie de castillo de arena a merced del poder del desierto. Y eso engancha, da ese subidón de saberse al final de la civilización ante algo que es tan bello e inhóspito que da miedo y paz a la vez.
EL JADIDA
Desde el mar, El Jadida parece una construcción más ibérica que marroquí. La culpa la tienen los portugueses, que no solo colonizaron económicamente el lugar, sino que también le dotaron de monumentos hoy reconocidos por la UNESCO. Tras la impresionante fortaleza de Mazagán aparecen joyas como la Cisterna o la iglesia de la Asunción, ambas de estilo manuelino. Incluso su playa puede recordar al Algarve y a su medina se le puede llamar ciudadela, aunque los minaretes y ese estilo de vida tan anárquico devuelve al visitante al Marruecos de los contrastes. Al Marruecos terapéutico.
ASILAH
Asilah tiene ese embrujo indescriptible y caótico de las medinas y, además, el mar. Un cóctel que funciona de lujo donde merece la pena perderse en dos direcciones, bien bordeando el mar siguiendo el rastro de sus disuasorias murallas o bien renunciando a cualquier GPS por las finísimas calles de su casco histórico flanqueadas por casas coloridas. Así se llega a sus poderosas puertas como la de Bab Homar o la del Mar y también a palacios rehabilitados para la causa cultural como El Rasuini o la torre portuguesa.
IMLIL
Imlil es un conjunto de casitas apiladas a los pies del poderoso monte Toubkal, el más alto al norte del Sahara. Aunque tradicionalmente siempre ha sido considerado como un lugar de paso (aunque fetiche) para los alpinistas, Imlil está ganando peso como destino en sí gracias a su cercanía con Marrakech y a las diferentes sendas que recorren el pueblo y sus alrededores en las que se descubre un Marruecos más frondoso, vivo y verde. Un oasis de verdad sin ruidos ni filtros visuales. Ojo, su radicalidad puede hacer daño a los ojos urbanitas.
El hotel L’Heure Bleue Palais es unn hotel de lujo con un toque de clase, en Essaouira. El estilo colonial y elegante del Heure Bleue no es el del típico Riad o Dar. Lo que aquí ofrecen es un alojamiento de proporciones palaciegas con comodidades de un cinco estrellas, en una de las direcciones más prestigiosas de Essaouira. Como la ciudad, se trata de un lugar muy cosmopolita con influencias del mundo entero. Suites decoradas en tonos pastel y azul, típicos de Portugal, de la Inglaterra colonial y por supuesto de Marruecos.
Texto e imágenes: Conde Nast Traveler, Secret Places